Ingeniería Civil Bioquímica: La historia en los ojos de sus primeros egresados

Marcia Costa y Guillermo Schaffeld son parte de la primera generación de alumnos en recibir los títulos de Ingeniera/o Civil Bioquímico de la PUCV. Aunque su encuentro con la carrera podría considerarse accidental, en ambos casos resultó en historias de éxito, de amor por la profesión y de gran identificación con la Escuela de Ingeniería Bioquímica.

Lo que hoy es la Escuela de Ingeniería Bioquímica de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso (PUCV), recorrió un largo y fructífero camino que empezó en 1969, cuando un grupo de académicos de la Facultad de Ingeniería se propusieron crear el plan de estudios de la carrera de Ingeniería Civil Bioquímica.

Tras la el incipiente nacimiento de esta nueva disciplina, el interés de los jóvenes fue creciendo y, si bien, la mayor parte de los estudiantes que recién ingresaban a la universidad no sabían de qué se trataba esta profesión, lograron encantarse con la magia de la carrera. Fue el caso de la académica Marcia Costa y el decano de la Facultad de Ingeniería de la Universidad Autónoma de Chile, Guillermo Schaffeld.

“Al salir del colegio, yo entré a la carrera de Ingeniería Química en la entonces UCV. En 1969, la Universidad aprobó la creación de las carreras de Ingeniería Industrial e Ingeniería Bioquímica. Entonces, las personas a cargo hicieron una visita a las clases de primer año invitándonos a una charla. Varios nos entusiasmamos y nos cambiamos”, recuerda Guillermo.

Para Marcia Costa el camino fue un poquito más largo. Había regresado a Chile luego de estudiar algunos semestres de Arquitectura en Perú, cuando encontró la que sería su profesión. “Cuando volví a Chile me entrevisté en la Santa María, en la Católica y en Santiago. Donde me convalidaban más ramos era en Licenciatura en Matemática, pero eso no me gustaba. Entonces, me pasé a Ingeniería y en la Católica me presentaron las 3 carreras, y yo me enamoré del plan de estudios de Ingeniería Bioquímica. Eso fue en el segundo semestre de 1971 y recuerdo que fueron Andrés Illanes junto con Andrés Raffo quienes nos contaron de qué se trataba la carrera”, agrega.

Exigencia y esfuerzo

Durante los años en que ambos estudiaron, las herramientas y las condiciones de trabajo eran muy distintas a las que se conocen hoy. “Cuando nosotros partimos no existían las calculadoras, sólo la regla de cálculo. Uno tenía esa regla y las tablas. Llegaba a las pruebas con miles de libros y se tardaba el doble. Cuando estaba en 3r o 4to año, a una amiga le trajeron una calculadora de regalo desde Estados Unidos y, cuando yo vi eso, no lo podía creer. Llegué a mi casa y le conté a mi papá, le dije que la quería. Al final me la encargó y me la regalaron para la Pascua. Era un aparato grande y lo único que hacía eran cuatro operaciones y una constante”, relata Marcia Costa.

Guillermo Schaffeld, por su parte, recuerda que tenían que hacer viajes a Santiago, a tocar puerta por puerta en diferentes empresas e industrias para conseguir datos necesarios para trabajos de investigación o proyectos. Las horas de biblioteca se sumaban a la espera por una respuesta. “Muchas veces teníamos que mandarle una carta a una persona en el extranjero para solicitar cierta información y esperar que la respuesta llegara; pero para nosotros no era tema, porque era la forma en la que se trabajaba en ese momento”.

Marcia Costa relata que la Escuela de Ingeniería Bioquímica se caracterizaban por un alto nivel de exigencia que demandaba una dedicación del cien por ciento. “El único día que no tomaba los libros para estudiar era el sábado. Eso sí, la enseñanza era muy buena y uno salía preparado para hacer cualquier cosa”. Y es precisamente por esto que resulta claro, para ambos, que el rigor fue determinante para forjar cualidades vitales en el desempeño de su profesión.

Marcia Costa se desarrolló en el ámbito académico toda su carrera, cumpliendo roles de gestión, pero también alcanzando el título de Profesor Asociado para pre y postgrado. “Por diez años fui la Directora de Inacap y conseguí cosas que no habría logrado de no haber tenido ese título de la PUCV, porque la reputación de la Escuela siempre ha sido excepcional. A mí me gustó lo que viví y era difícil. Teníamos que estudiar el doble o el triple que los de otras carreras, pero fue estupendo”.

Los alumnos de esa época se beneficiaron también de ser un grupo pequeño, que pudo aprovechar al máximo la presencia y la atención de los académicos a cargo de formarlos. “El cariño que le tengo a la Escuela es bastante grande porque nosotros, como fuimos los primeros, hicimos una relación increíble con los profesores. Uno los tuteaba, hablaba con ellos, tomábamos café, entrábamos a las oficinas, era una relación excelente. Era un súper privilegio tenerlos a ellos que sabían muchísimo porque venían de hacer sus doctorados, sus especializaciones y que, además, eran súper generosos con el conocimiento. Te pasaban sus apuntes, las tesis que traían de fuera, todo ¿dónde se ve eso en otra parte?”, recuerda Marcia.

Inventivo a las nuevas generaciones

“Hay una habilidad muy útil llamada competencia académica y que se forja durante la vida escolar. Si a uno le exigen cierto nivel, pues va adquiriendo esa capacidad de estudiar, de resolver los problemas y de superarlos. También es importante tener consciencia de cómo se aborda el estudio y no desestimar asignaturas”, opina Guillermo Schaffed.

Marcia Costa, cree que todo proceso de aprendizaje bien llevado, requiere del compromiso profundo y la dedicación del alumno. “Es vital tener una convicción clara de alcanzar la meta, para persistir ante las dificultades. También es clave darse a la tarea de investigar extensivamente y de procesar la información por más tiempo para ‘madurarla’ y asimilarla mejor”, agrega Costa.